sábado, 24 de mayo de 2014

Nada tan sencillo como una mermelada.




    Siempre he sido un poco rarita con eso de encontrarme tropezones en las comidas, sobretodo de cría, por lo que aunque he sido golosa y la mermelada me encantaba, muchas veces no podía con ella, porque los pedazos que me encontraba eran demasiado grandes, y la fruta no me agradaba si no era fresca. 

    Así que llegó el día en que me decidí que lo más sencillo era hacer yo mi propia mermelada, ya que era casi imposible de conseguir una que me agradara. 

    Como casi todo, cuando es la primera vez que lo realizo, se me hacía un mundo y me costó decidirme ponerme a ello porque buscaba y buscaba recetas y encontraba mil, motivo por el cual me costaba decidirme. Hasta que un día compré una barquilla de fresas y me dije "que sea lo que Dios quiera".

    No sabía cuánto azúcar echar y me daba miedo quedarme corta o pasarme, pero pensé que si la primera vez no me salía ya lo haría a la siguiente, porque de los fallos también se aprende.

    Cada fruta es diferente, no tienen la misma acidez, ni el mismo dulzor, con lo que pensé hacer lo mismo que cuando cocinas cualquier otra comida y vas probando a ver cómo va de sal: ir probando la cantidad de azúcar que necesitaba conforme la iba cocinando.

    Y así sigo, sin saber la cantidad de azúcar que me hace falta por peso de fruta, jijiijii, continúo haciéndolo a ojo, pero creo que es lo más indicado para hacerla a nuestro gusto particular.

    No voy a ser mala, y os diré que para que os hagáis una idea si es la primera vez que la vais a hacer, que lo que he leído normalmente es que se necesita la mitad de azúcar que de peso de fruta (siempre limpia ya). Después, vosotros mismos veréis cómo os gusta más.

   Igual que con las cantidades voy a mi rollo, también lo hago con su elaboración, que no sé si será o no la forma correcta de realizarla, pero a mi me gusta, y así la cocino desde hace ya muchos años.

    Lo primero es hacerte con una buena fruta y que esté bien madura, sin pasarse, pero desde luego más madurita que verde.



    La troceamos...



y la cubrimos con azúcar, 



dejándola reposar para que suelte su jugo.



La comenzamos a cocinar a fuego lento, y removiéndola poco a poco para que no se nos queme el azúcar, ni la fruta.



Al tiempo que va rompiendo el hervor vamos añadiéndole azúcar,



la fruta se irá oscureciendo 



y poco a poco el líquido del azúcar y el jugo de la fruta irá espesándose.



Cuando creamos que el color, el espesor y el dulzor es el que nosotros deseamos, daremos por acabada su cocción. 

    Como os he dicho antes, a mí me gusta sin tropezones, así que la paso por la batidora, pero aquí de nuevo entran en juego los gustos de cada uno. Se puede dejar tal cual, batirla poco o batirla hasta que quede completamente fina.





Y ya sólo nos queda disfrutarla.

¡Besicos!



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